lunes, 5 de diciembre de 2011

DEVORAR


Avanzo a toda prisa por un estrecho sendero entre los árboles. La noche está cayendo, también la espesa niebla que desciende con el sol y hiela cada palmo de mi piel. A lomos de mi caballo siento cómo el frío se cuela bajo el exiguo camisón que me cubre. Mis pies descalzos dentro de las botas de montar están insensibles como el corcho, temo que empiecen a congelarse, y una simple capa negra con capucha a duras penas calienta mis hombros. He salido de casa como alma que lleva el diablo, impulsada por una extraña sensación de inmediatez, una necesidad de abrirme paso entre la vegetación del bosque que rodea la hacienda, sin un rumbo fijo. Creo que llevaba durmiendo desde el día anterior, inmersa en un profundo sueño, después de releer una y otra vez sus cartas desgarradoras, aquellas en las que declara su incondicional y eterno amor hacia mí y su deber con su mujer. Aún las guardo en el fondo de un cajón entre mi ropa interior, donde sé que él nunca mirará; su confianza ciega en mí me hace sentir mezquina y traidora, jamás podría imaginar que pertenezco con todo lo que soy a otro hombre, que mi consciencia ya hace años que camina junto a otra distinta a la suya.
Galopando y sin saber por qué, avanzando entre la espesura, descendiendo la luz y con ella la temperatura, decido dejarme llevar por el instinto que me grita que hoy sí. Mi piel se está rompiendo al contacto con la grupa y me abrazo con fuerza al cuello del animal, fuerte y fibroso, ni siquiera he tenido tiempo de prepararle para cabalgar. De repente relincha asustado y da un respingo que me pone el peligro. Sin bajarme del caballo intento ver qué es lo que hay frente a nosotros, qué o quién nos barra el camino y nos impide seguir. Al verle mi corazón empieza a latir con fuerza y noto como si mi sangre se hubiera agolpado en un segundo en mis sienes, que retumban como la piel de un tambor con cada latido.
Es bello y me fascina. Sé que no debo acariciarle porque sería mi perdición pero a su vez me atrae de un modo animal, irracional, necesito poseerle y que me posea, necesito vencer todas la barreras y dejarme devorar, aunque con ello cambie mi vida para siempre. Empezando y acabando todo, acabando y empezando nada. Alfa y Omega aquí y ahora.
La mirada fijada el uno en el otro, mi cuerpo tiembla sin poder controlarlo sacudiéndose en grandes espasmos, frío y excitado por igual. Sus ojos son intensamente azules, su pelo brilla en negro y blanco y la cara se le ilumina con una sonrisa de medio lado que deja entrever dos hileras de dientes relucientes. Queremos devorarnos.
No hace falta que nos digamos nada porque con los ojos todo es evidente. Con un gesto involuntario de mi cabeza niego lo innegable mientras noto entre mis piernas cómo se enfría el sudor de mi caballo, escociendo en mis desgarros, en contacto directo con mi sexo húmedo por efecto y defecto. No voy a bajarme y mientras la razón lucha a muerte con la devoción dentro de mí, él me mira fijamente y con una mueca me indica que me esperará al final del camino, irremisiblemente nos vamos a encontrar, deseamos encontrarnos.
Ahora es el momento de dar media vuelta, de poner rumbo al orden establecido, tengo miedo a lo que allí me espera. Pero no puedo dejar de avanzar. Desmonto dejándome caer por un costado y la noche ya ha llegado sin preámbulos. Continúo andando deprisa, cada vez más, y me doy cuenta de que estoy corriendo entre los árboles, poco vestida y muy excitada, para encontrarme con él.
El sendero acaba de pronto en un claro en el bosque, como un decorado para una escena pastoril. Y ahí está él. Esperándome. 
Reduzco el paso al verle y mientras avanzo hasta su lado retiro la capa, desgarro el camisón y desnudo mis pies: a la vista ha quedado el opíparo festín nocturno. Se avalanza sobre mí y con su peso vence mi equilibrio. Percibo su calor, su olor, su aliento, le agarro fuerte del pelo e intento en vano que sus dientes no apresen mi cuello, pero es demasiado tarde. Sus fauces se han hecho presa de mi yugular y mientras me desangro despacio y dulcemente siento sus colmillos clavados en mi estómago y su hocico frío y húmedo revolviendo entre mis tripas humeantes, buscando su mayor capricho. Devorándome.
Al final del camino espera lo ansiado, lo simbólico, lo devastador: Alfa y Omega. Eros y Thanatos. Detrás queda lo de siempre.


(Loba de Pega, tu turno: catedral, escupir, servicial)









6 comentarios:

  1. Un blog interesante, parece muy nuevo, pero promete.
    Un saludo y éxitos.
    HD

    ResponderEliminar
  2. Vengo de este post:
    http://hermosadecadencia.blogspot.com/2011/12/el-tricornio-y-el-consolador.html#comment-form

    Y ahora me encuentro con esta entrada... creo que debe haber alguna conexión, me encanta la pasión desbordante y desbordada con la que escribes.

    ***

    ResponderEliminar
  3. Aún no he leído tu relato. No quiero que me contamine. He entrado a chafardear los deberes. Y eres una muy mas que perra. Pero no me achantaré que lo sepas

    ResponderEliminar
  4. Y yo esperando un final de sexo embrutecido y pedregoso. No obstante, muy revelador, yo visitaría al loquero para descifrar su simbología. Harto evidente ¡vive Dios!

    ResponderEliminar
  5. Que le den a Omega. De mi parte.

    PD: Hostias!!! verificación de palabra FOLLAMAN!!! LO JURO!!!

    ResponderEliminar
  6. Boto a Bríos, qué no voto.
    Pardiez que he disfrutado como un marrano de este encuentro tierno y salvaje...como la vida misma.
    Cuánto encierra esa brealidad sustanciosa? Cuánto de cierto se ddice al principio es según muchos lo que ya ;quisieran fuese?
    Caracoles! No se -tomo antes unos preámbulos de aperitivo?
    Fantástico y Dcargado de toques de excitante romanticismo, ´como las colonias.

    ResponderEliminar