sábado, 10 de diciembre de 2011

UNA LÁGRIMA

Entró en la desvencijada catedral, aterida de frío. Fuera, el viento y la lluvia, golpeaban con furia las viejas y desgastadas piedras, como si quisieran arrancarles un último lamento.

Había andado durante horas para llegar hasta allí y, ahora, en la inmensa oscuridad del abandonado templo, se preguntaba qué la había llevado hasta allí.

Se despojó de la empapada chaqueta y se acercó al altar. El suelo aún conservaba parte de su antiguo brillo, pulido con las lágrimas de los fieles y los infieles. Desde la cruz, Cristo la observaba con su corona desconchada y su sufriente mirada, probablemente sin comprender, dos mil años después, por qué un amantisímo padre lo había condenado al peor de los castigos. Durante un instante, Pietra, tuvo la sensación de que, de algún modo, el sufrimiento los conectaba.

Sufrimiento aprendido en la penitencia de los pecados, en el miedo, en la ignorancia... que durante siglos se había inculcado desde aquel púlpito de la mentira. Donde postrarse a un Dios malvado que nos había hecho débiles ( a su imagen y semejanza) con el único fin de torturarnos después para enmendar su falta de habilidad en la construcción de su gran obra.

Legiones de sádicos habían sido los encargados de promulgar la fe en la Oscuridad. Con la promesa intangible de un mundo de luz y consuelo al final del camino.

El moho y las telarañas que se filtraban por las rendijas y las grietas, daba perfecta cuenta del resultado de una indigna historia salpicada de lágrimas y sangre.

Pietra oyó un ruido chirriante en la parte posterior del altar. Se acercó con cautela y trató de escudriñar en las penumbras algun vestigio de vida. Una sombra penosa y cansada se dirigía hacia ella. La luz de una vela tras ella, le confería la apariencia de un espectro en pena.

-Ho-ho-hola- su voz temblaba por el frío y el miedo-¿hay alguien ahí?

La sombra alzó la cabeza imperceptiblemente:

-Bienvenida a la casa del Señor, hija mía. ¿Que te trae por aquí en esta intempestiva noche? El templo aún duerme.

Pietra pensó rápidamente en una respuesta que explicara su presencia allí:

-Mi coche se averió a unos kilometros de aquí, me desorienté y me alcanzó la tormenta. Al ver la catedral decidí refugiarme aquí. Lamento haberos molestado.

-No es molestia, hija, esta es la casa de todos, aunque ya muy pocos lo recuerdan y aún menos la visitan. Pasa, estarás helada, puedo ofrecerte un caldo.

-No, ejem, no quiero molestar..

-Pasa, pasa.

Pietra siguió al servicial anciano hasta lo que parecía la antigua sacristía. Dos amarillentas velas trataban de dar luz a un cuartucho sucio, polvortiento y húmedo. En el suelo un brasero hacia las veces de fogón improvisado para el anciano. Una olla ennegrecida y oxidada calentaba un agua turbia de indescifrables tropezones. A la escasa luz de las velas, contempló al hombre que se cubría con un harapiento y enmugrecido hábito de monje. Era mayor, aunque no tanto como le había parecido en la oscuridad. Quizá rondara la cincuentena. ¿Por qué seguiría en la catedral?

Hacia décadas que estaba abandonada. Los escándalos y los ultrajes cometidos entre sus muros habían alejado a los cristianos y los servidores de Dios, muchos años antes, de aquellas tierras.

-Perdone, ¿vive usted aquí?

-Sí hija, soy el guardián de la catedral, alguien debe guardar la casa del Señor y elevar plegarias para devolverle su antigua dignidad. Algún día volverá a llenarse de oraciones y de fe.

Pietra miró a su alrededor, convencida de que el hombre deliraba. Todo era ruinoso y desolador.

El hombre le alcanzó un cáliz con el humeante y putrefacto mejunje.

-Ten, hija, esto te calentará el espíritu.

Pietra cogió el cáliz y se lo acercó a los labios por no menospreciar la hospitalidad del ¿monje?¿sacerdote?, un olor pútrido la hizo alejarse impulsivamente del recipiente.

-¿No es de tu agrado hija mía?

-Sí, verá, es que ahora no me apetece, pero gracias, muchas gracias.

Pietra se sintió, de repente, cansada y triste. Una infinita pena la embargó. Pena por ella, por el anciano, por cada una de las piedras que la rodeaban, pena por el sufrimiento escondido en los rincones del sacro edificio, pena por la ignorancia de la fe, por el miedo al castigo divino de quien debería amarnos sin condiciones, pena por las ilusiones rotas, por un mundo en crisis de valores, pena por no haber encontrado el camino de la verdad, pena por sentir pena. Y una dolorosa lágrima rodó por su mejilla y cayó en la arena.




En la arena cayó su lágrimaaaa. Una lágrima cayó en la arena y con ella te voy a escupir.




Se acabó.




DEBERES: Adiós, encender, salvaje




lunes, 5 de diciembre de 2011

DEVORAR


Avanzo a toda prisa por un estrecho sendero entre los árboles. La noche está cayendo, también la espesa niebla que desciende con el sol y hiela cada palmo de mi piel. A lomos de mi caballo siento cómo el frío se cuela bajo el exiguo camisón que me cubre. Mis pies descalzos dentro de las botas de montar están insensibles como el corcho, temo que empiecen a congelarse, y una simple capa negra con capucha a duras penas calienta mis hombros. He salido de casa como alma que lleva el diablo, impulsada por una extraña sensación de inmediatez, una necesidad de abrirme paso entre la vegetación del bosque que rodea la hacienda, sin un rumbo fijo. Creo que llevaba durmiendo desde el día anterior, inmersa en un profundo sueño, después de releer una y otra vez sus cartas desgarradoras, aquellas en las que declara su incondicional y eterno amor hacia mí y su deber con su mujer. Aún las guardo en el fondo de un cajón entre mi ropa interior, donde sé que él nunca mirará; su confianza ciega en mí me hace sentir mezquina y traidora, jamás podría imaginar que pertenezco con todo lo que soy a otro hombre, que mi consciencia ya hace años que camina junto a otra distinta a la suya.
Galopando y sin saber por qué, avanzando entre la espesura, descendiendo la luz y con ella la temperatura, decido dejarme llevar por el instinto que me grita que hoy sí. Mi piel se está rompiendo al contacto con la grupa y me abrazo con fuerza al cuello del animal, fuerte y fibroso, ni siquiera he tenido tiempo de prepararle para cabalgar. De repente relincha asustado y da un respingo que me pone el peligro. Sin bajarme del caballo intento ver qué es lo que hay frente a nosotros, qué o quién nos barra el camino y nos impide seguir. Al verle mi corazón empieza a latir con fuerza y noto como si mi sangre se hubiera agolpado en un segundo en mis sienes, que retumban como la piel de un tambor con cada latido.
Es bello y me fascina. Sé que no debo acariciarle porque sería mi perdición pero a su vez me atrae de un modo animal, irracional, necesito poseerle y que me posea, necesito vencer todas la barreras y dejarme devorar, aunque con ello cambie mi vida para siempre. Empezando y acabando todo, acabando y empezando nada. Alfa y Omega aquí y ahora.
La mirada fijada el uno en el otro, mi cuerpo tiembla sin poder controlarlo sacudiéndose en grandes espasmos, frío y excitado por igual. Sus ojos son intensamente azules, su pelo brilla en negro y blanco y la cara se le ilumina con una sonrisa de medio lado que deja entrever dos hileras de dientes relucientes. Queremos devorarnos.
No hace falta que nos digamos nada porque con los ojos todo es evidente. Con un gesto involuntario de mi cabeza niego lo innegable mientras noto entre mis piernas cómo se enfría el sudor de mi caballo, escociendo en mis desgarros, en contacto directo con mi sexo húmedo por efecto y defecto. No voy a bajarme y mientras la razón lucha a muerte con la devoción dentro de mí, él me mira fijamente y con una mueca me indica que me esperará al final del camino, irremisiblemente nos vamos a encontrar, deseamos encontrarnos.
Ahora es el momento de dar media vuelta, de poner rumbo al orden establecido, tengo miedo a lo que allí me espera. Pero no puedo dejar de avanzar. Desmonto dejándome caer por un costado y la noche ya ha llegado sin preámbulos. Continúo andando deprisa, cada vez más, y me doy cuenta de que estoy corriendo entre los árboles, poco vestida y muy excitada, para encontrarme con él.
El sendero acaba de pronto en un claro en el bosque, como un decorado para una escena pastoril. Y ahí está él. Esperándome. 
Reduzco el paso al verle y mientras avanzo hasta su lado retiro la capa, desgarro el camisón y desnudo mis pies: a la vista ha quedado el opíparo festín nocturno. Se avalanza sobre mí y con su peso vence mi equilibrio. Percibo su calor, su olor, su aliento, le agarro fuerte del pelo e intento en vano que sus dientes no apresen mi cuello, pero es demasiado tarde. Sus fauces se han hecho presa de mi yugular y mientras me desangro despacio y dulcemente siento sus colmillos clavados en mi estómago y su hocico frío y húmedo revolviendo entre mis tripas humeantes, buscando su mayor capricho. Devorándome.
Al final del camino espera lo ansiado, lo simbólico, lo devastador: Alfa y Omega. Eros y Thanatos. Detrás queda lo de siempre.


(Loba de Pega, tu turno: catedral, escupir, servicial)









domingo, 4 de diciembre de 2011

NO ME PODIO RESISTIR

Tan virginal, tan blanco, tan puro. No me podio resistir. El frío desgarrador hace que se me pueda quemar el alma ante la idea de que me usurpes de este privilegio. Je, je, je. Pero no haré trampas, ni me valdré de mi exhuberante inteligencia para humillarte en haber ganado esta literaria guerra en tan sólo un suspiro. Prometo, pues, entrar mi relato como muestra de justo duelo y de indiscutible honradez.

AHI NOS VEMOS MISS KATONICA: RECIBA MI GUANTAZO LINGÜÍSTICO PARA COMENZAR ESTA GUERRA LITERARIA.

¡¡¡A LAS PALABRAS!!!!